

La Terminal de Ómnibus de Retiro y yo robando carros ajenos
Cogí el primer carro que vi en la Terminal de Ómnibus de Retiro. Era un carro pesado y grande, como los que se usan para transportar mercancías por la estación, pero de ruedas rápidas. Prácticamente volé a la entrada donde me esperaba Carlos con el taxista. Habíamos conseguido transformar su mal humor en una simpatía tremendamente acogedora. Se quedó aguardando a que llegara para proteger nuestros miles de bultos y maletas. “Acá la noche es peligroso. ¿Ven al pibe aquel? Se quedan esperando a que los pasajeros bajen de los taxis para robarles”. Carlos y yo subimos todo nuestro equipaje al carro en tres segundos, nos despedimos del taxista y en otros tres segundos nos metimos en la estación.
- Has conseguido un carro flaman, Doctora, ¿de dónde lo has sacado -me pregunta Carlos, curioso.
- Pues es que creo que se lo he cogido a un bar… no había nadie para preguntar si podía llevármelo. Silencio administrativo, se dice.
Intento parecer tranquila, pero yo soy la más miedica de mi clase, y las estaciones por la noche me dan algo más que un cierto respeto. Conseguimos alcanzar el andén 21, de donde sale nuestro autobús que llegará, 10 horas después, a Córdoba. Cuando estamos esperando, se acerca un señor:
- ¿De dónde sacaron el carro, chicos?
- De la estación -le contesto sonriente a la par que nerviosa como si me fueran a meter en la cárcel por robar un carro a la inversa de lo que le sucedía a Manolo Escobar.
- Es que es de uso exclusivo de los hosteleros, acá en la terminal.
- Pues nos dijo el taxista que podíamos usarlo – le sigo sonriendo y pienso en mantener esta coartada hasta el final de mis días.
- Acá no hay carros, en la aeroestación sí, pero acá no hay- el señor me devuelve la sonrisa-.
- Uy, pues disculpe, como no somos de aquí -una nueva jugada que casi siempre funciona-.
- No, nada, no se preocupen, chicos. Me lo llevo. ¡Que tengan suerte! -nos dice mientras nos ayuda a bajar las maletas del susodicho carro-.
La extraordinaria amabilidad de los argentinos nos tiene deslumbrados. El señor se lleva el carro, que ya nos ha cumplido la misión.
- Definitivamente lo robaste, Doctora -me dice Carlos mientras me mira, divertido.
Después de tres minutos de negociación con los chicos que ponen el equipaje en el maletero del autobús, conseguimos colar todo el nuestro sin pagar un peso de más.
-Pero la próxima vez la bicicleta la tienen que mandar por encomienda, no se puede llevar aquí en el maletero.
-Sí, no se preocupe que la próxima vez que vayamos de Buenos Aires a Córdoba y llevemos una bicicleta la enviamos antes por correo.
Sebas y el Sabático Travelers hostel
En las diez horas que dura el viaje me da tiempo a repasar nuestros días en Buenos Aires: San Telmo, el Barrio de la Boca, el sonido de tango, nuestro primer (claramente de muchos) choripán... Pienso también en Sebas, el dueño de Sabático Travelers Hostel, el lugar donde nos hospedamos en el barrio de Montserrat y que nos contó su viaje por Latinoamérica hace 10 años. Nos enseñó las fotos mientras comíamos un asadito en la terraza del hostel. El viaje iba a durar 6 meses, pero tuvo un accidente a los 4 meses en Colombia. Desde entonces regenta este lugar.
Apenas notas, por su cautivador carisma y una voz digna de primetime radiofónico, que te recibe sentado en una silla de ruedas. Es de esas personas que, simplemente, eclipsan. Con él hablamos de la política en argentina (uno de los temas preferidos en Argentina, y más ahora que andan de elecciones), de lugares increíbles, de la ilusión de los viajes… Y nos ofrece su ayuda para aconsejarnos a lo largo de nuestro periplo.
El autobús clase cama-suite-golden-luxury-exclusive-VIP (etc)
En las diez horas que dura el viaje hasta Córdoba, en clase cama-suite el azafato nos trae la cena, nos rellena un par de veces el vaso de vino y nos ofrece hasta una copa. Carlos y yo intentamos entender el mecanismo de reclinación de los asientos -que se convierten en cama-, mientras la señora de al lado nos mira y se sonríe con cierta ternura.