Escuela hogar de Chipauquil: Chaplin, canelones y pádel

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En la Escuela Hogar de Chipauqil tuvimos de todo: cine de Chaplin, canelones y hasta pádel.

Nuestra llegada a Chipauquil

Llegamos a Chipauquil porque nuestro amigo Salvador, el Cineasta, nos recomendó que no nos perdiéramos esta escuelita en medio de la meseta de Somuncurá. La escuela, que es escuela hogar, está en el paraje de Chipauquil, a setenta kilómetros de Valcheta.

- Tienen que ir allá. Liliana, la directora, es una gran amiga… ella es fantástica, seguro que le encanta su visita.

Para ir al lugar conducimos durante hora y media hasta un desvío de la carretera principal, que hay que tomar. Después, durante casi dos horas conducimos La Cobra por un camino de ripio (de gravilla), para hacer 40 kilómetros… Yo voy medio asustada al volante, porque pienso todo el rato que nuestra furgo de 40 años se va a partir en dos. Mientras, Carlos me toma el pelo intentando hacerme reír:

- Estás muy tensa, Doctora… ¡pero sonríe!

Claramente, hoy, a las 12:15 de la mañana, de este 12 de noviembre de 2019 estoy odiando a Carlos, que me graba con la cámara de mano y sonríe todo el rato, mientras se burla de que asuma esta circunstancia adversa en forma de camino de cabras con gravedad y trascendencia, y sufra por conducir esta furgoneta de más de 40 años.

Sin que nos cueste el divorcio, conseguimos llegar a Chipauquil. Distinguimos la escuelita porque a lo lejos vemos una antena inmensa y nos imaginamos que habremos llegado al sitio.

La escuela, Liliana y los canelones

En la escuela nos espera Liliana, rodeada de niños, docentes y personal. El lugar está, efectivamente, en medio de la nada. Hay nueve niños en este lugar, que pasan dos semanas seguidas en el sitio y cada quince días van a visitar a sus familias.

Es una escuelita-hogar, no sólo porque sea el nombre oficial, también porque todos se tratan como si fueran familia. Los niños se cuentan el día a día, se conocen, se quieren. Aunque se respetan, a veces, discuten y se enfadan. Pasan los días aprendiendo los unos de los otros, refugiados en este paraíso en el que no hay móviles (no se permiten en la escuela), los niños juegan a ser niños y crecen en un entorno seguro.

Nada más llegar, Liliana nos invita a que comamos los canelones que ha preparado la cocinera. Carlos y yo, encantados siempre de que nos inviten a comer, nos sentamos tímidos en la mesa de la cocina, sin hacer mucho ruido, y pidiendo permiso (y perdón) por casi todo. Por la tarde visitamos a los niños, nos presentamos y hacemos nuestra primera proyección mundial.

El cine, los deseos y el pádel

Decidimos ponerles ‘Los niños de patio bonito’, que es una de las películas que nos ha cedido la fundación ‘Tus Ojos’ porque habla de cómo sobreviven niños de un barrio marginal de Bogotá. Después de la proyección hablamos con ellos de desigualdad social, de los niños que trabajan y de otros lugares del mundo. Nos preguntan cosas de España, de nuestro viaje y de La Cobra. Hacemos barcos de papel con ellos y cada uno de los chicos pide un deseo. Nos gusta preguntarles por sus deseos, porque los niños siempre te sorprenden: desde visitar lugares, hasta un móvil nuevo. Uno de los chavales ha pedido que haya una escuela de educación secundaria en Chipauquil, para que pueda seguir en este lugar cuando acabe la primaria.

Según nos ha contado Liliana, los chicos de esta escuela tienen orígenes y contextos diversos. Algunos son hijos de los campesinos que viven en el paraje. Otros vienen de familias desestructuradas, y otros de padres que durante la semana no pueden hacerse cargo de ellos. Lo que nos gusta de esta escuela es que todas las personas que trabajan en ella están preocupadas por los niños que viven aquí, y que les tratan con un inmenso amor y dedicación. Miguel, uno de los docentes, ha conseguido que una fundación les done raquetas, y juegan al pádel durante los recreos y en el tiempo libre que tienen. A mí es un deporte que siempre me ha hecho mucha gracia, y que conocí porque Aznar, cuando era presidente, popularizó. Y como no soy buena en ningún deporte, ahí me puse a perder contra los chavales, que son campeones del universo en pádel, pero aunque no lo fueran no les habría ganado NUNCA.

Chaplin y la radio

Por la noche, Carlos y yo jugamos con los chicos, que también son unos hachas en el tema de las cartas, y cenamos con toda la tropa. Nos vamos a dormir en nuestra Cobrita con el corazón bien contento.

A la mañana siguiente asistimos a la subida de la bandera. Los niños cantan una canción que homenajea este paraje de Chipauqil. Todos en fila india, rectos y de pie, uno al lado del otro. Por la mañana nos han dado la misión de que nos quedemos a cargo de los chicos, así que Carlos por fin puede cumplir un plan que llevaba desde hace meses en la cabeza. Se me areca y me dice:

-Doctora, les vamos a poner a Chaplin.

Las quejas de los chicos cuando les decimos que les vamos a poner una peli en blanco y negro van seguidas de una hora de silencio, durante la que se quedan embelesados con la peli “El chico”. Clavados es sus sillas. Cuando la película acaba, hacemos una pequeña pieza de radio (puedes encontrar en esta página el pódcast de la pieza).

Los chicos alborotan todo el rato, y Carlos me toma el pelo porque yo les riño y les mando miradas asesinas para que no hagan ruido durante el programa… pero sin éxito ninguno. Así que un poco a trancas hacemos la radio con ellos.

Por la tarde nos despedimos porque tenemos que volver a Valcheta. Hemos quedado con el escritor Jorge Castañeda para cenar y eso, ya nos lo podemos imaginar, es un regalo de la vida.

 

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