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Un poco de cine y muchos caramelos en Puerto del Este

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17 noviembre, 2019

Nuestra segunda proyección fue de lo más inesperada. Estábamos en San Antonio Oeste, pero todo el mundo no paraba de decirnos que teníamos que ir al Puerto del Este, que era un lugar maravilloso. Así que nos encaminamos para allá de noche, como todos nos habían recomendado que no hiciéramos. Salvador, esa misma tarde nos lo había dicho: “Chicos, acá cuando está llegando el verano, los animales salvajes salen a las carreteras, y es muy fácil que se cruce alguno en la ruta, tengan cuidado y no viajen de noche”.

La llegada y Punta Perdices

Era tan de noche que nos metimos en otro pueblo. Paramos, bajamos a preguntar en una tienda y los señores nos dijeron que todavía nos faltaban diez kilómetros para llegar. Así que aprovechamos para comprar un poco de pan y dos cebollas y reemprendimos viaje. Esa noche dormimos a las afueras del pueblo, pegando al mar. Visitamos Punta Perdices, una playa cuyo agua es la palabra “cristalina” en sí misma. Es una playa de piedras, que no estamos muy acostumbrados a ver, porque de donde nosotros somos las playas son de arena.

Al día siguiente decidimos acercarnos a explorar, así que fuimos hasta la plaza del pueblo de Puerto del Este y aparcamos allí. Estábamos con la puerta abierta, tomando un café después de comer. De repente, se nos acercaron tres muchachitos, que tendrían doce o trece años. “Señores, nos gustaría hacerles una entrevista para nuestro canal de Youtube”. Solemnidad máxima en la propuesta. Carlos y yo, divertidos, también nos pusimos algo solemnes para responderles: “Estaremos encantados de participar en vuestro canal”. Hablan un rato entre ellos, y acuerdan ir a por el móvil (de la madre de uno de ellos) en ese mismo momento y volver en un rato (indeterminado).

La concurrida plaza

A los 10 minutos, justo cuando estaba encendiendo el ordenador para ponerme a trabajar, llega otro grupito de seis niños y niñas que tendrán 8 o 10 años, que nos bombardean a preguntas: “¿Ustedes son pareja?” “¿Cuánto tiempo llevan viajando por acá?” “¿Cuál es el plato argentino que más les gusta?” ¿Allá llueve?” “¿Cuál es la moneda de España”? “¿Cómo han llegado a Argentina?” “¿Tienen hijos?” Respondemos, como podemos, a las preguntas que se nos van amontonando mientras los chicos nos rodean, con los ojos bien abiertos y una mirada curiosa y divertida. Les hablamos de “Cinema Panaventura” y de que vamos llevando cine por las escuelas y otros lugares públicos. Se queda en silencio tres segundos y se miran los unos a los otros hasta que empiezan a hablar todos a la vez. Nos piden emocionados que pongamos una película, que ellos se encargan de arreglarlo todo para que podamos hacerlo en el pabellón multiusos del pueblo.

-Por supuesto -Carlos, encantado, ya empieza a pensar qué podemos proyectar-

Los caramelos, o un regalo bien merecido (por lo que parece)

El mayor de los niños, que nos ha dicho hace un rato que quiere ser abogado, nos anuncia muy serio:

-Chicos, vamos a comprarles unos caramelos.

Carlos y yo nos miramos extrañados:

-No hace falta, no os preocupéis…

El muchachito insiste:

-Sí, sí. Vamos a comprarles unos caramelos porque les hemos hecho muchísimas preguntas. Vamos a pedir dinero a nuestros padres y enseguida volvemos con los caramelos. Tenemos que compensarles por todas las preguntas que les hicimos.

Y, como alma que lleva el diablo, toda la pandilla de nuestros nuevos mini amigos desaparece en un santiamén por las calles del diminuto pueblo. Al rato llegan los adolescentes youtubers y hacemos nuestra primera entrevista en primicia mundial para YouTube y volvemos a repetir muchas de las respuestas que ya habíamos dado, pero esta vez, televisados. Tres minutos después de acabar la entrevista aparece el ayudante del intendente (que también es el padre del futuro abogado), que viene con las llaves de la sala para que proyectemos.

Nuestra segunda proyección

Carlos y yo estamos alucinados porque lo que iba a ser una tranquila tarde, se ha convertido en un no parar de recibir gente y organizar cosas. Como nos encanta, estamos felices y contentos.

En menos de una hora ya tenemos lista la sala y la proyección improvisada. Acabamos de acomodar la sala y aparecen los muchachitos con dos puñados de caramelos y un móvil: quieren que nos comamos todos los caramelos y que vayamos contando, a la cámara, qué pensamos de los dulces argentinos.

Yo miro a Carlos asustada, si me como todos esos caramelos puedo ser diabética de por vida. Nos comemos dos o tres. Son muy dulces, con mucho azúcar, y me recuerdan a los caramelos que nos comíamos cuando éramos niños y no nos daba miedo la vida. Mientras nos graban, nos preguntan por los sabores de cada uno de ellos, pero, al final, conseguimos convencerles de que no hace falta que los comamos todos y se los regalamos a ellos.

Al rato, una de las niñas se me acerca y me mira, triste:

- Es que les hemos comido todos los caramelos que les habíamos comprado.

Me amenaza con venir con más caramelos, pero consigo convencerla de que no es necesario. Compartimos una película con ellos, estos niños que nos han recordado hoy lo bonito de la infancia y que nos han regalado caramelos para agradecernos nuestro tiempo. Estamos sin palabras (y por poco, sin dientes). Para celebrarlo cenaremos choripán.

 

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Punta Perdices
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Puerto del Este
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