La Cobra y nuestra pequeña odisea en el espacio (argentino).
Partimos de los Reartes, pero las múltiples averías de La Cobra nos han llevado, finalmente, a Río Tercero...
Los Reartes y la tormenta.
Por una equivocación hemos llegado a Los Reartes, que nos ha parecido un rincón maravilloso del mundo. Es una pequeña área recreativa pegando al río Los Reartes que transcurre por la localidad Los Reartes. Aquí economizan en nombres, eso está claro.
Esta tarde se ha cerrado el cielo y ha empezado a llover a cántaros y a caer rayos, truenos y centellas. Qué miedo. Cuando ha parado un poco había una luz increíble. Carlos, que nunca le tiene pereza a nada, ha agarrado su cámara y se ha puesto a hacer fotos como un loco.
Yo he cogido la mía y “algo” más torpe, me he puesto a hacer fotos también. Digamos que no estoy, precisamente, entre las diez mejores fotógrafas del mundo. Como llovía, además, iba con el paraguas y la cámara. Total, que me faltaban manos. Necesito a alguien que me agarre el paraguas cuando llueve. O la cámara. O la ‘A’ y la ‘B’ son correctas.
Este lugar es increíble, la verdad. Carlos ha hecho algunas fotos fantásticas. Yo he hecho algunas fotos (fin). Después nos hemos metido en la furgo y hemos oído cómo llovía durante la noche. Un privilegio absoluto.
Después de la tormenta siempre viene la calma...
Por la mañana nos hemos dado cuenta de que casi no tenemos luz almacenada en nuestra batería solar. El caso es que nos hemos despertado tempranísimo, y deseosos de hacer cosas.
- ¿Movemos La Cobra para que le dé el sol? -me dice Carlos siempre dispuesto a hacer algo (lo que sea)-.
- Yo esperaría a saber dónde da el sol, que todavía es un poco temprano -yo soy la de la logística, siempre estoy pensando en cómo optimizar los procesos: si no fuera porque tengo la cabeza llena de pájaros, sería ingeniera.
- Vale, entonces me voy a tomar otro café.
Al rato, cuando vamos a mover la furgo, pero “La Cobrita” (que ya es el nombre que le damos cuando se nos enferma) no arranca. En realidad, no estábamos muy preocupados. Pensamos que después de la tormenta de ayer necesitaría un poco más de tiempo. Pero lo intentamos, lo volvimos a intentar y una vez más. No hubo forma.
Valentín, el viajero alegre
Carlos y yo nos sentamos pegando al río mientras nos tomamos otro café y hablamos de nada. En estas, pasa una furgoneta que frena de golpe. De ella se baja un muchacho, que viene con ánimo de conversar.
- Chicos, ¿qué onda? Soy Valentín, vi la furgoneta, y yo también soy un hermano viajero y quise acercarme a saludar.
Carlos y yo estamos encantados, porque nos gusta mucho la gente y este muchacho nos ha caído del cielo. Nos cuenta que ha estado un tiempo viajando por Latinoamérica. A ratos como mochilero, y últimamente ya con su furgoneta. Nos dice que ahora se está construyendo una pequeña casa en la que vivir, pero que va poco a poco:
-Acá la platita no da para nada… así que de vez en cuando salgo fuera, y cuando logro ahorrar un poco voy haciendo cositas… ¡¡pero qué relinda su camioneta, chicos!!
Carlos y yo nos miramos orgullosos como si genéticamente La Cobra tuviera algo que ver con nosotros.
- ¿Y necesitan algo, chicos?
- Bueno, pues es que no nos arrancaba la pobre camioneta… si pudieras ayudarnos.
-¡Por supuesto! Esperen que voy a buscar a mi hermano que está en la camioneta esperando.
Carlos y yo nos miramos divertidos, Llevamos vente minutos hablando con Valentín y recién ahora acabamos de saber que hay alguien esperando en su furgoneta.
Vienen los dos, acercan la furgoneta y nos conectan las pinzas de batería a batería. Intentamos arrancarla, pero no hay forma. Al final, Valentín agarra una cuerda.
-Les voy a remolcar la furgo hasta la carretera, y ahí volvemos a probar a ver si lo conseguimos.
Con mucho esfuerzo (y un olor a quemado tremendo), la furgoValentín remolca a La Cobra hasta la carretera. Pero no funciona, y nuestra Cobrita sigue sin arrancar.
-Si quieren les acerco hasta Los Reartes, para que vean un mecánico.
-Nada, no te preocupes, que puedo ir en bicicleta.
Nos despedimos de Valentín y de su hermano y a pesar de que tenemos un pequeño problema nos quedamos encantados con haberle conocido.
- Qué buena energía tiene este muchacho, ¿no? -Carlos me sonríe contento.
- Me ha dejado fascinada, la verdad.
Francisco y el plombero
Al rato, Carlos coge su bicicleta y se va al pueblo. En 20 minutos se presentan dos señores. Uno es Fran, el mecánico de Los Reartes. El otro es un amigo suyo, que es plombero (fontanero) y que viene al más puro estilo observador internacional.
-Yo no tengo idea de estos motores americanos, chicos… voy a ver qué puedo hacer, pero creo que poca cosa…
Carlos se acerca y me dice: “He llegado al taller y me ha dicho ‘uy, estoy muy liado, estoy muy liado… ¡venga, vamos a ver esa camioneta!”.
Fran se pone a revisarlo y en un plisplas arregla el motor y La Cobra arranca.
-Estaba el motor ahogado, ¿ven esta pieza que cierra acá? Pues lo vamos a dejar abierto, para que puedan arrancar sin problemas.
Nos deja su número de teléfono, por si acaso, le pagamos 500 pesos (unos 8 euros) y se marchan juntos por donde vinieron.
¡A Villa General Belgrano!
Felices y contentos, por fin vamos a encaminarnos a Villa General Belgrano. Todo el mundo nos ha dicho que es un sitio muy particular, porque fue fundado por alemanes y sus construcciones recuerdan a Alemania. Qué cosas raras se ven en esta parte del mundo. Lo que yo no sabía -y me voy enterando- es que muchos alemanes se vinieron a argentina después de la II Guerra Mundial. Y que durante años, las banderas nazis hondearon en tiendas y casas. Otro día os cuento esto.
Sólo hay 10 kilómetros hasta Villa General Belgrano, así que por fin vamos a llegar. A los dos kilómetros de salir de Los Reartes el motor de La Cobra (Cobrita) se vuelve a parar. Nos quedamos en mitad de una carretera, pero, por suerte, Carlos es rápido en reflejos y le da el tiempo como para aparcarla a un lado.
Llamamos a Fran, pero nos dice que ya es la una y que va a comer, así que vendrá en dos (o tres) horas. Vemos un quisco muy cerca, decidimos comprar una barra de pan y hacernos un bocata de embutido argentino. Es curioso que antes de venir habíamos hecho múltiples promesas sobre nuestros hábitos alimentarios (dejar el café, dejar de comer carnes procesadas, comer menos carne en general…). Pues bien: las estamos incumpliendo todas. Maldito choripán.
¿El Rey de Zamayón?
Pero volvamos al quiosco. Fuera hay un señor con sus dos hijos que están comiendo un bocadillo de jamón york y queso. La niña, que tendrá cinco o seis años, nos mira con curiosidad, quizás por nuestro acento.
- ¿Saben? ¡Mi papá es el rey del Sambayón?
Carlos, que no le ha entendido muy bien se acerca a mí y me susurra
- Tía, ¡¡ha dicho ‘rey de Zamayón’!!
Estamos muy emocionados, porque Zamayón es mi pueblo de Salamanca en el que he pasado casi todas las vacaciones de mi infancia y de mi vida en general. Es el lugar donde vive mi abuela, y mis tíos y primos y que forma parte de mi corazón y de mí.
Por suerte, antes de bombardearle a preguntas al señor, leo en su camiseta “Heladería Rey de Sambayón, Villa General Belgrano”. Bendita prudencia.
- Ay, así que es heladero usted, ¿¿eh?? ¡Pues a Carlos le encantan los helados! Así que cuando consigamos arreglar la furgoneta nos vamos a comer un helado
- Claro, vengan, estamos en el centro del pueblo.
Volvemos hacia la furgoneta, que en estos momentos está a unos 150ºC de temperatura, dadas las horas. Comemos y arrastramos las palabras durante un par de horas hasta que recibimos la llamada de Fran para decirnos que ya vienen. Cuando llega, con su inseparable plombero, nos dicen que vienen de comerse un asadito.
Vienen bien contentos, así que yo pienso que se conoce que lo habrán marinado con (bien de) vino.
Al taller de Fran (con permiso del Plombero, eso sí)
Nos arrancan la furgo y nos acompañan hasta el taller de Fran. Es una nave pequeñita con vistas a un campo de fútbol, en el que trabajan él y un señor mayor. Echan un vistazo:
- Yo creo que es el generador, chicos, y yo ahí no puedo hacer nada. Vamos a cargarles las baterías y vayan a ver a mi amigo Axeel, de Santa Rosa de la Calamuchita. Él es electricista, y es el mejor. Está como a 20 kilómetros, a ver si tienen suerte y pueden llegar. El taller de mi amigo está pasando el hospital, verán que hay una tienda preciosa de motos, y en frente una nave sucia y llena de coches. Esa es.
Villa General Belgrano: un sueño frustado
Estamos un rato allí mientras se recarga, nos subimos a La Cobra y nos vamos. Pasamos pegando a Villa General Belgrano, el sitio en el que yo me había imaginado zampándome una salchicha alemana con su correspondiente cerveza para corresponder tan bien como pudiéramos al Oktober Fest, pero esta vez no será posible. Tampoco visitaremos al Rey del Sambayón, muy a pesar de Carlos. Al llegar a Santa Rosa de Calamuchita, vemos a Axeel, un muchacho bien joven, encantador, con el que hablamos de viajes, y de coches. Tiene un coche antiguo que nos muestra en fotos y que es precioso.
- Chicos, si me pongo yo acá va a demorar una semana arreglarles el motor. Este es un pueblo chiquito y no hay recambios… vayan a Río Tercero, que allá se lo van a solucionar mejor, porque hay una fábrica grande y no tienen el problema de los repuestos.
- ¿Nos aguantará el motor?
-Sí, vayan, vayan, está a 70 kilómetros. Pero váyanse ya, que les van a cerrar los talleres.
En tres segundo estamos de nuevo en la carretera camino de Río Tercero. Esta ciudad no estaba en nuestra ruta hasta Ushuaia, pero claramente la hemos tenido que incorporar.
Río Tercero y los mecánicos que andan por todas partes
Al llegar, decidimos que lo más seguro es preguntar en una gasolinera, a ver si nos recomiendan algún taller de confianza. Vamos directos a nuestra gasolinera de cabecera, la YPF, que todavía no nos patrocina pero que ya podría porque estamos entre los mejores clientes del mes y en breve, del año 2019. Entro en la tienda, y le pregunto a la chica que está en el mostrador:
-Aguardá un segundo, que voy a ver si te encuentro a alguien.
En medio minuto tenemos a tres señores mirando el motor de La Cobra, y uno de ellos dirigiendo la expedición.
-Estos cables están fatal… esperen, yo se los pongo bien.
Nos los arregla, y nos dice que podemos proseguir el viaje sin problema: “Vayan, vayan. Y si quieren quedarse a dormir, este es un lugar bien seguro”.
-¿Y algo que tenga parrillas? Aunque sea sólo para cenar y luego ya volvemos… -con tanta vuelta son casi las 22:00 y yo ya tengo un hambre…
-Uy… por acá… bueno, busquen un sitio que se llama Balneario.
(Mientras nos da las explicaciones sobre cómo llegar mi mente hace un viaje astral y se desconecta de mi cuerpo, que es algo que me pasa SIEMPRE).
Balneario (o los campings que son gratis).
Después de meternos por varias carreteras que no sabíamos muy bien a qué lugar abandonado nos iban a llevar, llegamos a un sitio que tiene bombillas colgadas entre los árboles y lleno de parrillas y de mesas y bancos. No hay nadie acampando, pero está lleno de gente haciendo deporte.
- ¡Esto parece una verbena! -me dice Carlos exultante.
Nos quedamos.





















